EL LEGADO DE LA GUERRILLA

EL LEGADO DE LA GUERRILLA

«Déjenme decirles, a riesgo de parecer ridículo, que el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor”. Ernesto Che Guevara

¿Cómo se cura una herida abierta y supurante desde hace más de 70 años? ¿Cómo se consigue devolverle la paz a un alma inquieta y maltratada, a un espíritu cansado y defraudado? ¿Cómo se recupera el sosiego de quien ya no está, de quien murió con la mirada desencajada por ver y vivir lo que ningún ser humano debería ver ni vivir? ¿Cómo tranquilizas un lamento agudo e incesante que, además, apenas es escuchado?

Hoy no quiero hablar de política, estoy cansado. Analizo mis pensamientos y veo que cada día perdemos poder, decisión propia e incluso colectiva. Pienso en un gran gigante globalizador que se nutre de nuestra vitalidad y que cada día es más autoritario, más egoísta, más inhumano. Ahora pienso en política y ese nuevo orden mundial, no veo la diferencia. Necesito ver personas, pero no las encuentro. O le damos el poder a la política o se lo devolvemos al ser humano, a seres humanos como los que he conocido en estos últimos 14 meses con sus 24.000 Kms. Hombres y mujeres que van más allá de sus necesidades y posibilidades. Personas que, aún sin conocerlas e incluso desconociéndolas, nos han regalado parte de la libertad que hoy poseemos tan desinteresadamente. Hoy solo quiero hablar de lo realmente importante, de ellos y ellas, de sus más inmediatas necesidades, ya tan básicas. Porque olvidar a quien lo dio todo por todos a cambio de menos de nada, es mucho más que un acto de egoísmo, ¡ay, si sólo fuese eso…! Hoy recuerdo las lágrimas de Ángel Ruiz mientras contaba su cruda historia de lucha, dolor y sacrificio, o cómo Jerónimo Barquero ha sido capaz de pasar 12 años en prisión tras años de injusticias y tan solo levantar la voz por aquello que cree justo, sin exageraciones ni añadidos (qué difícil es esto hoy en día, donde todo se pregona y se magnifica recién salido del horno), o la mirada cansada de Camilo de Dios, ya agotado y desilusionado después de toda una vida dándolo todo. Recuerdo la calidez y el cariño de Gonzalo Cuallado, de Cinta Caelles, personas capaces de abrir su corazón a cambio de nada, o el espíritu luchador (algo común en todos) de Jesús de Cos, de su mirada penetrante y segura, o el incesante agradecimiento de Lucas, hijo de Severo, capaz de hablar de mi trabajo como de un favor personal hacia él. O la predisposición fuera de tiempo (ya todo queda fuera de tiempo) de Dionisio Guillén, o el talante y honor de Félix Pérez, agasajado por una gran familia que le quiere y le honra.

Cómo olvidar ese sentido del humor y afecto de Francisco Blancas, trístemente fallecido el 8 de enero de 2011 (siempre recordaré a esta persona). No se puede tampoco ser indiferente ante la ternura de Ángela Losada y su marido, a la vez que su corazón se resquebrajaba, una vez más, al recordar a su madre, o la atención de Claudina Prada y su hermano Camilo, que durante la sesión de fotos casi parecía que se hallaban en mi casa y no en la suya propia. Es imposible olvidar el recibimiento de Fernando Escrivá y su mujer Isabel, o la fraternal despedida de María, Encarnita y Elena Soriano, que antes de irme me obligaron a coger veinte euros para gastarlos en comida para el viaje, y eso que apenas las había conocido una hora antes. Es tremendo ver cómo se abren los más que dignos brazos de Felipe Matarranz, que prácticamente te pone una alfombra roja, sin darse cuenta de que el homenajeado debe ser él, es él y no yo, por supuesto. No es posible olvidarse del desapego de Bonifacio, de su mirada sola y triste. Es injusto ver gente tan valiosa y tan olvidada, no solo históricamente. Recuerdo con agrado esas judías en bote de Francisco Molina, yo debía haberle llevado esas conservas y no al revés, o la impactante personalidad de Carmen Delgado a la que despedía con mi respeto multiplicado por diez mil. Pienso en la potente personalidad y sacrificio de Esperanza Martínez y su hermana Amada, toda disponibilidad, o por supuesto, la incesante voluntad de Bienvenido Manuel Tejero, necesitado de hablar y de ser escuchado (cuánta sabiduría encierra esta gente y cuánto se desperdicia con su olvido).

Me emociono al pensar en el ofrecimiento de José Murillo en su pequeño piso de Madrid, donde su hijo, recién operado, pasó toda la sesión fotográfica de pie por no ocupar espacio…o cómo Pedro Alcorisa y su mujer, me abrían sus puertas pocos días después de ser robados en su propia casa por un chorizo cobarde. O ver cómo María Soto me recibió recién venida de la peluquería, regalándome sus mejores galas a cambio, nuevamente, de nada. O cómo Pilar García, la viuda de “Teo”, pasaba un mal momento y aún así se desvivió por la foto y por ayudarme a contactar con más gente. No podré olvidar a ese magnífico ser humano que es Valeriana Ibáñez, tan cálida y amigable y que en su día fue, todo a la vez, viuda con cuatro hijos y punto de apoyo en medio de la montaña de Peñagolosa (y nosotros nos quejamos). O Julia Gómez, hija de Julia Martín de la Fuente, persona inteligentísima llena de amor, llena de vida, pero necesitada de justicia. O los pequeños detalles de Isidoro Martínez y su mujer, que pensaron, casi ingenuamente, que debían pagarme las fotos que les había hecho, cuando debiera haber sido yo, de haberse pagado algo, el que tenía que poner la “pasta”. O esa comida en casa de Esteban Garví y su encantadora esposa, tan inesperada y espontánea para mí como necesaria y básica para él (desde entonces en mi casa comemos, o lo intentamos al menos, ese pudin con patatas). Porque no se puede pasar por alto, ser indiferente al trato tan hogareño de Martín Arnal y su esposa (media hora más en su casa y me voy convencido que formo parte de su familia), o el impactante talante, que festejé en mi interior, de Guillermo Berlanga. O la honestidad de Pedro López con sus ideas, que le impidieron negarse a la foto, aún cuando podía tener problemas en casa. No puedo dejar de hablar del incandescente Emencio Alcalá con ese vigoroso espíritu y por supuesto su más que magnifica esposa, o la bondad y esfuerzo sin límites de Adolfo Pastor, que no sólo se prestó para la foto, sino que me ayudó en todo lo posible y mucho más, o su gran amigo Santiago Herráiz, tan amigable, puro y genuino.

Siempre recordaré esa mujer valiente entre las valientes que es Trinidad Gallego, toda llena de ímpetu y voluntad, o la mirada enternecedora de Rafael Mellado, una persona harta de luchar por los demás (devolvámosle algo). Y el inagotable Pepe Navarro y su sorprendente vida y muchos otros como Miguel Garrido, José Martínez, Tario Rubio, Alejandro Barroso, Eugenio Coronado, Valentín Fernández y Carmeli Vargas que me hicieron sentir en deuda con la historia y con sus propios familiares. Y cómo olvidar esa tarde en casa de Francisco Martínez, que me aportó mucho más que un retrato importante dentro del trabajo, o cómo Juan Magraner y su esposa soportaron la sesión más larga que he realizado, sin añadir una palabra que no fuese de ayuda y cooperación, o esa mirada profunda de Victoriano Pradas que me estrecho su mano con fuerza y contundencia (hay gestos que lo dicen todo) y, por supuesto, esa “grande” de entre las grandes, Remedios Montero, con su carácter bondadoso acostumbrado a dar cariño sin mirar a quién, tristemente fallecida el pasado 25 de octubre de 2010.

No sería justo no acordarse de Teresa Dolz, de su mirada enternecedora y de su cariño hacia sus nietos, o de Francisco Cotillas, que elegancia de carácter y persona, o Manuel Martínez lleno, también, de vida, carácter y agradecimiento. Y desde luego no podemos olvidar a María Rodríguez y su impresionante historia de valor y valores, tan triste como épica que, lamentablemente, falleció el 9 de septiembre de 2010, dos días después de cumplir 90 años.

Todos ellos forman parte de una historia basada en el compañerismo, en el sacrificio individual y colectivo, en la lealtad a unas ideas, casi siempre justas y necesarias, en una lucha humana, siempre tremendamente desequilibrada, que sin embargo no les intimidó. Por ello quiero, a través de este trabajo, aportar mi granito de arena para intentar devolver parte del favor que nos han hecho, parte de lo que se les debe, porque otra cosa no es justa y nunca lo será.

También quisiera aprovechar estas líneas para agradecer enormemente el trabajo y dedicación actual de personalidades como Benito Díaz y su elegante talante, José Aurelio y su gran disposición, Adolfo Pastor, nuevamente, y su inestimable ayuda o Jaume Valls y su enorme espíritu de colaboración y sacrificio, (que nunca se acaben las personas como él porque las necesitamos, cada día con más urgencia). A asociaciones como el Ateneo Republicano de Paterna y Oscar Navarro y la Plataforma de Burjassot per la III República, que han estado a mi lado desde el inicio, o a La Gavilla Verde por su senda abierta durante años. A Juanjo y Alina, por su inestimable ayuda y colaboración. A Juan Catalán por su profesionalidad y esas largas charlas en el coche que tanto han aliviado. A Juanjo García que, como siempre, a colaborado conmigo desde el altruismo más puro y desinteresado con absoluta dedicación y profesionalidad. Y por supuesto, quiero agradecer a Salvador F. Cava, piedra angular del trabajo, que confió en mí ciegamente y esto, por supuesto, no lo olvidaré nunca.
Por último, pero muy especialmente, a mis hijos y mi esposa Ioana, que es la trabajadora invisible de este reportaje, ocupando un lugar que nadie ve, que nadie quiere y que nadie aprecia.

Para ellos, para absolutamente todos ellos, y como siempre, mis respetos.

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