PAIKINKI

PAIKINKI

Corazón de corazones, tierras indias del Paititi a cuyas gentes se llama in-dios todos reinos limitan con él, pero él no limita con ninguno.

Estos son los reinos del Paititi donde se tiene el poder de hacer y desear, donde el burgués sólo encontrará comida y el poeta, tal vez, pueda abrir la puerta cerrada desde antiguo del más purísimo amor. Aquí puede verse, sin atajos, el color del canto de los pájaros invisibles. (escrito Jesuita del siglo XVII)

Dicen que toda leyenda esconde algo de realidad y que toda realidad tiene algo de leyenda. Existe, por lo tanto, una realidad que cuenta una leyenda acerca de una mítica ciudad. Una ciudad creada durante la llegada de los Españoles al Perú por el Inca Choque Auqui en el corazón de la selva amazónica. Un lugar donde el último “Sapaj Inca” (gobernador Supremo) reinó en la clandestinidad protegiendo los grandes tesoros de un imperio.

Hoy esa zona es habitada por indios hostiles no contactados, escondidos del colonizador que, tan sólo, pretende la explotación natural sin miramientos sostenibles. Un poco más afuera está la comunidad indígena Machiguenga; jóvenes indios en contacto con el mundo exterior que sirven de guías a todos aquellos caza tesoros que pretenden lo inaccesible. Fuera de la selva, los guardas de la reserva Nacional del Manu, limitan la entrada, pero el bosque es muy grande y pocos los recursos para proteger lo que debería ser un auténtico patrimonio de la humanidad, la selva.

Paititi o Paiquinqui, en quechua, envuelve de leyenda y misticismo a la selva y a sus gentes. Un misterio que, según los propios Machigengas, esconde una ciudad «habitada por hombres vestidos de blanco y gobernada por una mujer» (¡!).

La realidad, mi realidad, mezcla estas leyendas y tabúes y las hace verosímiles, pero siempre con el corazón como guía y el espíritu como visión. Porque una vez más, nuestro lado más avaro, prefiere creencias sobre ciudades llenas de oro que simples chozas repletas de enseñanzas y sabidurías. Porque todavía valoramos más el descubrimiento de una simple piedra agujereada que la palabra del indígena que ha pasado mil veces por encima de ella. Pero lo más triste llega al ver como se sigue buscando “El Dorado”, incluso comprando grandes extensiones de terreno, y mientras, los indios, se mueren de enfermedades “colonizadoras” por no haber 50€ mensuales para la movilidad de un médico.

Por el cambio, por ese cambio que haga de nosotros personas conformes con lo aprendido durante el camino, y no necesariamente al final de este, porque quizás, lo que no exista, sea el propio final.

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